Diario La Opinión de Asturias, 15 de Diciembre de 1893.
Narración de Xoán Ramón Fernandez Pacios y Manuel Pérez Iglesias-Malén, de Tapia de Casariego
En la misma noche del 2 de diciembre, cuando la tempestad se desencadenaba en medio de espantoso temporal, dificultando y haciendo imposible la llegada de las lanchas tapiegas, otros dos barcos, un bergantín-goleta, de matrícula catalana y el patache cuyo nombre motiva estas líneas, acechaban la ocasión propicia de arribar á nuestro seguro puerto. Ambos buques, empujados por vientos contrarios y obedeciendo al que soplaba con mayor intensidad, maniobraban, con sumo cuidado, á fin de evitar el inminente desastre que les amenazaba. Inútiles sus esfuerzos para ganar el puerto de esta villa, aprovecharon la coyuntura favorable de poder penetrar en la ría vecina de Rivadeo, y llegados á su embocadura, vieron esterilizados sus propósitos por nuevos vientos que, mal de su grado, obligaron á los tripulantes del Víavélez á remontar el cabo de Burela, fiando su salvación al abrigo de las costas gallegas. Desprovistos de luz, sin rumbo conocido y en medio de unas tinieblas que ocultaban á los hombres encima de la cubierta, encomendaron el timón al joven Francisco Méndez, valeroso marino experimentado práctico que supo luchar contra las encrespadas olas por espacio de dos ó tres horas hasta que un golpe de mar tan impetuosos como irresistible, barrió la cubierta llevándose en su imponente acometida el timón, la cocina y cuanto halló ante su paso devastador. La sacudida fue violenta, atroz y cuando el patrón quiso cerciorarse de las averías sufridas, el timonel había desaparecido arrebatado por el furioso oleaje.
Es tan crítica situación, cuando todos pensaban en la muerte, arredrados por una oscuridad espantosa, mas temible aún que la misma marejada, un niño de 12 años, Abelardo Acebedo, cuñado del patrón Manuel Viña, despreciando el inminente peligro, pide á este que le aten con un cabo y que lo lancen á la mar para reconocer el punto en que se hallaban. Asústase el contramaestre ante proposición tan absurda como inconcebible, insiste el heroico niño diciendo ser mas conveniente su muerte que la del marido de su hermana, y en esos momentos indescriptibles en que la razón no funciona ahogada quizá por el ciego instinto de conservación, atan al niño y lánzase éste en aquella inmensidad desconocida.
Abelardo nada como un pez, forcejea entre las olas sin pronunciar una palabra, lucha él solo contra la tempestad sumergiéndose y levantándose por minutos y no habían transcurrido ocho ó diez de éstos cuando tropezando en las rocas escarpadas y trepando por ellas con la agilidad de un verdadero rapaz, dejó oír su atiplada voz, gritando con toda la fuerza de sus robustos pulmones: ¡Manuel! ¡Manuel! Non soltes el cabo, agarraos á el, vir todos á unde tou eo.
Sonaron en sus oídos , por vez primera, como cantos de sirena, como una concepción fantástica é imaginaria, y cuando repetidas se aprestaron á obedecer las órdenes del gran capitán, presurosos sin acordarse de otra cosa que de la salvación, deslizáronse uno á uno, utilizando aquel generoso cabo que el rapaz del patache había llevado á puerto seguro. De este peligroso modo salvaron sus vidas el patrón, Abelardo Acebedo, de 12 años, y Vidal Fernández, de 17 años, resto de la tripulación, pues el heroico y hábil marinero, tan querido de esta costa, Francisco Méndez, había sido víctima del cumplimiento de su deber.
Nuevos Robinsones, los pobres náufragos creyeron hallarse, en un principio, bien en un banco de arena, bien en una isla desierta, pero el intrépido rapaz, convertido en hábil explorador, a pesar de la oscurísima noche, escurrióse por los alrededores hasta encontrar una pared, primero, y una casa poco después, en la que llamaron y recibieron caritativa hospitalidad, fortaleciendo sus ateridos cuerpos con los auxilios de ropas y lumbre que les proporcionaron sus generosos habitantes.
Estaban en Foz, y gracias á los socorros del señor cura y á los donativos de algunas personas piadosas, después de haber perdido el barco, propiedad del armador don Francisco Ron y Frade, han podido llegar sanos y salvos á la inmediata villa de Vía Vélez, de la cual son vecinos.
Muchas cruces de Beneficencia se han repartido entre los bienhechores de la humanidad y no creemos que, si á oídos del Gobierno llega el acto, más que valerosos, heroico, del niño Abelardo, deje de premiar como se merece una acción cuyo solo relato conmueve y cuya exactitud ha hecho ya popular en estas costas el antes oscuro nombre del valiente Abelardo Acebedo.